Caminos, plazas, cafés y recuerdos en Varsovia
La digna capital polaca tiene para ofrecer más de lo que muchos creen
Varsovia. Visitar Polonia no es muy frecuente. A quienes les comenté mi viaje, se asombraron. Salvo a aquellos cuya familia proviene de ese país -no es mi caso-, a poca gente se le ocurre viajar a Polonia y menos a Varsovia. En verdad, se equivocan.
Es una ciudad que asolada por completo durante la Segunda Guerra Mundial, pero ha sido reconstruida y uno puede sentir el clima de la época más allá de que no corresponda a la construcción original. Los polacos se sublevaron contra los nazis y contra los comunistas. Es un pueblo que ha sufrido lo indecible. Que ama la democracia. Que ha sido invadido con armas y con violencia a lo largo de su historia y ha mantenido su dignidad intacta. Seis millones de polacos fueron masacrados y muertos. Sin embargo, Varsovia no es una ciudad triste. Tiene buenos lugares de jazz, de teatro, de música clásica. Bares, restaurantes y cafecitos.
Se llega por avión a través de cualquier ciudad importante de Europa y ya, cuando el comandante avisa que está por aterrizar en el aeropuerto Federico Chopin, el ambiente se llena de música. Toda la gente que uno encuentra en el camino es amable. Atienden eficientemente, aunque pocos hablan buen inglés. Otro dato interesante es que uno no siente que se aprovechen del turismo. No se discuten los precios.
Vuelta de reconocimiento
El primer día, como en toda ciudad desconocida, es básico hacer un city tour. Se empieza por el casco viejo y la plaza Zamkowy, donde se encuentra el Castillo Real, construido en el siglo XIV. Hay que tener en cuenta los horarios, ya que no son demasiado amplios. Todo cierra temprano. Hay dos clases de visitas: una que pasa por las salas más importantes y otra más completa, que incluye las dependencias reales. Una de las salas que más llama la atención es el Salón de Baile, luego el Salón de Mármol, donde están los retratos de los veintidós reyes polacos, desde Boleslaw Chroby hasta Stanislaw Poniatowski. Luego se llega hasta la catedral de San Juan. Es interesante que allí esté la tumba de un escritor como Henryk Sienkiewicz, autor de Quo Vadis y Premio Nobel en 1905.
Luego se puede dar una vuelta por la Plaza del Mercado, arrasada durante la Segunda Guerra Mundial y reconstruida copiando el original. Uno de los monumentos más significativos es el de Marmaid (La Sirena). También resulta imperdible el Museo Histórico en cuya planta baja se proyecta un documental de unos treinta minutos sobre los años de ocupación nazi.
A cada paso hay huellas de la historia reciente y en especial de los muertos en la insurrección. Se puede ver, por ejemplo, especies de pequeños altares con fotos de los muertos y flores.
Otra visita irrenunciable es el Museo de la Insurrección, absolutamente moderno y por lo tanto muy interactivo. Están marcados uno por uno los 63 días en que la insurrección tuvo lugar, los nombres, la organización, lo que hacían, los testimonios con sus voces, con films. La actividad de los sindicalistas, los sacerdotes, los profesores. El resultado de esta visita es inolvidable. Pasear por Varsovia significa descubrir a cada momento las heridas dejadas por los nazis y los comunistas.
Esta visita se puede hacer a pie, en forma individual o en grupos organizados. Hay varias guías que hablan español; en general, son muy cultos y cuentan su historia con mucho orgullo.
En algún momento es aconsejable sentarse a tomar algo en el Cafe Blikle, que se inauguró en 1869 y es un clásico. Se puede comer algo liviano: por ejemplo, un capuchino y un pastel cuestan alrededor de 10 euros.
Conciertos charlados
Otro día se puede dedicar a la parte nueva. A pesar del nombre, esta zona surgió a finales del siglo XIV. Hay otra Plaza del Mercado rodeada de restaurantes. Una especie de San Telmo polaco.
Esa noche fuimos a escuchar a la filarmónica local, cuyo director, Antoni Wit, resultó todo un personaje. Una vez en escena tomó el micrófono y empezó con un monólogo al mejor estilo Enrique Pinti -con ciertas alusiones políticas-, que los asistentes aplaudían y festejaban y nosotros por supuesto no entendíamos. Y así después de cada tema. Cuando se lo comentamos, Carlos Alberto Passalacqua, el embajador argentino en Polonia, nos dijo que es poco frecuente un concierto polaco sólo con música, que siempre hay una parte "charlada".
Otro paseo relajado es el Camino Real. Ya que es más extenso de lo que uno se imagina, no hay que intentar hacerlo en un solo día. No debe perderse el Parque Lazienky (Parque de los Baños), un ex campo de caza. Fue comprado en 1760 por el rey Stanislao Augusto, que lo transformó en un parque estilo inglés. En la entrada principal encontramos el monumento a Federico Chopin, junto al que se realizan conciertos al aire libre en verano. A un costado está el Palacio Belvedere (residencia real) construid en 1660 y remodelado en 1820, convirtiéndose en la residencia del gobierno de Varsovia y luego en la de los líderes del Estado polaco, antes de la guerra.
Lo más importante de este hermoso parque lo constituye el Palacio Lazienkowsky, llamado El Palacio en las Aguas. De estilo neoclásico, fue diseñado por Merlini entre 1772 y 1793 para Jozef Poniatowsky, y se lo mantiene como un memorial para el último y más culto rey de Polonia. Otro día hay que dedicarlo a la ruta de la resistencia y martirio judío. Comienza junto al monumento a los héroes del gueto y recorre todos los lugares de Varsovia que tienen relación con la historia de los judíos polacos. La sinagoga, que irónicamente no fue destruida, fue utilizada como caballeriza; el cementerio judío, el Instituto de la Historia, y también los edificios y calles que a pesar de haber servido de escenografía para la película El pianista, de Roman Polanski, no pertenecen exactamente al lugar del gueto. Tuve la sensación de que hay cinco personajes que aparecen frecuentemente en la conversación con los polacos (que atraviesan una etapa política de descomunización ), y que los llenan de orgullo: el papa Juan Pablo II (Karol Wojtyla), Madame Curie, Chopin, Copérnico y Polanski.
Por Any Ventura
Para La Nación
Datos útiles
Cómo llegar
Llegan vuelos desde cualquier capital europea. También se puede llegar en tren desde los países cercanos. Un taxi desde el aeropuerto al hotel cuesta casi diez dólares.
Traslados
Fundamental comprar un abono para los colectivos: casi 2 dólares por día, y 4 dólares por tres días.
Alojamiento
En Varsovia hay más de 120 hoteles y albergues. Hoteles de 4 y 5 estrellas, desde 200 dólares por día en habitación doble. De 2 y 3 estrellas, entre 150 y 200 dólares. Albergues, desde 15 dólares por persona.
Cotización
Un dólar equivale a 3 zlotys (una cotización similar al peso argentino).
Paseos
Las entradas a los museos rondan los 4 dólares.
Gastronomía
Los polacos acostumbran a hacer del almuerzo su comida principal. Toman cerveza, mucha vodka y pocas bebidas diet. Hay varias comidas típicas, una tortilla de hongos, el salmón y muchas sopas. No perderse los piegori, unos ravioles rellenos de queso blanco, repollo y hongos. Y no dejar Varsovia sin probar la Bezy Torte, con capas de merengue y crema que son para soñarlas.
No es cara
Todavía no está instalado el euro y los precios están en zlotys. Hay casas de cambio a cada paso y se debe estar atento ya que las cotizaciones varían de una a otra. Varsovia no es una ciudad cara. Hay negocios de las grandes marcas europeas, pero el shopping no es un tema en esta ciudad.
Vinos argentinos
En muchos restaurantes y en la carta de los hoteles aparecen vinos argentinos. La cantidad de vinos importados desde la Argentina se multiplicó, alcanzando en 2005 el monto de 1600 hectolitros.
Lech Walesa
A medida que uno conversa como puede con los empleados del hotel, los mozos en los bares y la gente que circula por la calles da la impresión de que los polacos quieren enterrar lo mas rápido posible su pasado comunista. Lo nombran poco. Caso o aluden a él. Me extrañó que hablaran poco de Lech Walesa. Así como para algunos argentinos era un prócer al que admirábamos, el líder de Solidaridad para ellos fue un presidente que los llevó a la crisis.
Taxis
Los taxistas son u tema aparte. Más allá del idioma hacen un gran esfuerzo por atender bien al turista. Y el precio es el que está marcado. Y uno no siente que lo pasean.
La Nación, Buenos Aires
29.04.2007
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