Un deseo postrero de Chopin que no fue satisfecho
Más allá de las ceremonias de rigor y de los rituales de norma, todo ser humano puede fantasear con la música que le gustaría que lo acompañara en su momento postrero. Los compositores, también. En los funerales de Chopin, su voluntad, muy reveladora para corroborar por dónde transcurría su admiración, lamentablemente, no fue cumplida. El compositor falleció en París, el 17 de octubre de 1849. Su cuerpo fue conservado en una cripta de la Iglesia de la Madelaine y las discusiones sobre las características del servicio fueron demorando su realización.
Recién el 30 de octubre tuvo lugar la ceremonia fúnebre ante una multitud de unas tres mil personas. En la iglesia, cubierta con paños negros, se escucharon el "Réquiem" de Mozart, transcripciones de dos de los "Preludios, Op. 28", del mismo Chopin, y variaciones improvisadas en órgano sobre el tema de un tercer preludio. Algunos biógrafos indican
que también fue tocada su Marcha Fúnebre, en la orquestación de Henri Reber, mientras ingresaban el féretro para colocarlo sobre un catafalco, en tanto que otros señalan que únicamente se la escuchó en el entierro, en el cementerio de Père-Lachaise. En realidad, no hay certezas de que Chopin hubiera dejado alguna disposición para que esas obras sonaran en sus exequias. Sí, en cambio, hubiera deseado una música muy especial. El chelista francés Auguste Franchomme, a quien le dedicó su Sonata para chelo y piano Op. 65, recordaba que, sobre el final de su vida, Chopin le dijo: "Tocarás algo en mi memoria y te oiré desde el más allá". "Bien, tocaremos tu sonata", fue la respuesta. Pero Chopin fue clarísimo en su propuesta: "Oh, no, Franchomme, toca realmente buena música. Algo íntimo de Mozart, por ejemplo".
Pablo Kohan
La Nación, Buenos Aires
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